Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que muchos vascos, sobre todo políticos del Gobierno, se jactaban de que en Euskadi se disfrutaba de la mejor sanidad pública del mundo. Seguramente en esa afirmación habría algo de exageración, pero, en general, era indiscutible que el nivel de la sanidad pública vasca era alto.
Por eso llama la atención el hundimiento que ha sufrido en los últimos años. Los malpensados dirán que alguien lo está haciendo a propósito para que la sanidad privada empiece a coger fuerza. Incluso esos malpensados serán capaces de citar con nombres y apellidos a dirigentes políticos que se han vinculado a empresas del sector, a las que no interesa una sanidad pública de primera categoría.
Como no me cuento entre los malpensados, prefiero remitirme a los hechos. Suele decirse que, para muestra, vale un botón, aunque el botón que he escogido, por proximidad y por haberlo experimentado, es un botón doble. Por decirlo de otra manera, consta de dos episodios, igualmente lamentables.
El primero de estos capítulos empieza el día 26 de marzo de 2022. Al día siguiente de su boda, mi yerno detecta que está orinando sangre. Acude al servicio de Urgencias del Hospital de Basurto, en Bilbao. Allí le dicen que le van a hacer un análisis de orina y le piden que la recoja en un frasco. Tras hacerlo, le dicen que mantenga el frasco, y que ya lo llamarán. Aunque parezca increíble y tercermundista, se estuvo paseando con su frasco de orina en la mano durante las siguientes cuatro horas, mientras, cada vez que iba a recordar que seguía con ella, le reiteraban que no se preocupase y que ya lo llamarían. No tengo conocimientos al respecto, pero siempre que me han hecho análisis de orina me han pedido que la recoja poco antes de llevarla a analizar. Es decir que no sé en qué condiciones de análisis llega una orina tras cuatro horas en el frasco, de aquí para allá.
Cuando, por fin, le piden que la entregue, y tras la correspondiente espera, le dicen que no se preocupe, que como no ha orinado coágulos, seguramente se tratará de una simple infección de orina, y lo mandan para casa.
Unas horas después, aparece un coágulo cuando va a orinar. Vuelta a Urgencias de Basurto y vuelta a esperar para que el médico de medicina interna le acabe diciendo que no ha variado el diagnóstico. Al preguntar si no le puede ver un urólogo, le dicen que, como es sábado, no hay ningún urólogo en Urgencias. Insiste preguntando si puede ir al Hospital de Cruces, en Barakaldo, y le dicen que allí tampoco hay urólogos. No puedo asegurarlo, pero me dicen que le engañaron, que al menos en planta tiene que haber uno disponible por si hay una urgencia. Supongo que Osakidetza podría certificar cuál es la verdad al respecto.
Dado que al día siguiente tenía previsto salir de viaje de novios, pregunta al médico si en su estado puede viajar, a lo que le contesta que por supuesto, sin ningún problema, y más teniendo en cuenta que no va a salir de Europa.
Al día siguiente, ya en los Países Bajos, a última hora de la tarde, pierde el conocimiento y se desploma. Su mujer tiene que llamar a emergencias y lo trasladan a un hospital en Ámsterdam. Allí le hacen una ecografía y le dicen que presenta un sangrado en la vejiga, que está llena de coágulos. El urólogo (al que pese a ser un hospital pequeño, ser festivo y de noche, llaman a su domicilio y se presenta rápidamente) se extraña mucho de que en Osakidetza no le hayan hecho esa prueba diagnóstica tan simple, que mostraba el origen del sangrado, y le indica que se estaba desangrando internamente y que ha tenido suerte de que lo hayan cogido a tiempo. El caso es que durante una semana debe permanecer internado y es sometido a dos intervenciones quirúrgicas. Por suerte, el trato en la sanidad pública neerlandesa fue exquisito, y duele mucho compararlo con el trato sufrido en Osakidetza. Pero eso daría para otro artículo.
Hasta aquí el primer episodio, que termina con un «Continuará».
En el entreacto, y para ir preparando la continuación, habría que decir que, tras el regreso de los Países Bajos, acudió a sus médicos de Osakidetza, a los que presentó el informe elaborado en Ámsterdam. En varias visitas posteriores, se extrañaron por que no constase en su carpeta médica. La explicación se supo en su momento: Osakidetza lo ha perdido.
Y llega el segundo acto. Hoy, 19 de junio, vuelve a orinar sangre. Como le habían recomendado varios médicos que hiciese si le volvía a pasar, se presenta nuevamente en Urgencias del Hospital de Basurto, con su informe y con el relato oral de lo que le estaba pasando. Todo ello acompañado de un ataque de ansiedad. La situación parece repetirse. Lo mandan a la sala de espera, le sacan sangre y le hacen orinar, pero no dejan que le acompañe nadie, lo que agrava su ansiedad.
Pasan tres horas y se sigue sin saber nada. En recepción nos dicen que hablemos con la enfermera de triage. Pero resulta ser una de las personas menos empáticas para este puesto. Nos dice, más o menos por orden, que ella no puede hacer nada, que hay más pacientes y que no podemos estar ahí, por lo que va a llamar a seguridad. Por cierto, los de seguridad han sido mucho más comprensivos que esta persona (de alguna manera hay que denominarla; me cuesta llamarla «enfermera» tras comprobar que para ella los que entran allí no son pacientes, sino números).
Hemos presentado una hoja de reclamación. Cuando nos dicen que ya nos contestarán, nuestra respuesta ha sido que no queremos que nos contesten, que lo que queremos es que lo atiendan.
Después de cinco horas, el médico le ha dicho que se vaya a casa y que observe cómo evoluciona. Por supuesto, no le han hecho una ecografía, pese a que una prueba tan sencilla fue la que la vez anterior determinó el problema. Por supuesto, se ha ido con el miedo en el cuerpo. ¿Qué sucede si se sigue desangrando, vuelve a perder el conocimiento y no hay nadie delante cuando le ocurre?
Más que en la ineptitud del personal de Osakidetza, creo en la falta de recursos. Como dicen los sindicatos (prácticamente todos los sindicatos: CCOO, ELA, LAB, UGT, SATSE y ESK), están dejando que Osakidetza se muera y quieren disfrazarlo de cambio cultural. Este no es un artículo político, pero tengo claro que los que tienen que solucionarlo son los que tienen el gobierno. Y, si a ellos no les interesa hacerlo, la única forma de intentar conseguirlo es escoger a otros representantes para que nos gobiernen. Como colofón, el día 26 de junio, los sindicatos mencionados han convocado una manifestación que saldrá a las 12:00 de la Plaza del Sagrado Corazón, en defensa de la sanidad pública.